La interpretación de Jerónimo acerca de Daniel fue la norma durante los siglos de la Edad Media.
Después aparece un comentario sobre el libro de Daniel, erróneamente atribuido a Tomás Aquino, en el cual, como en la obra de Efrén y Policronio, se hace corresponder al cuerno pequeño de Daniel 8 con Antíoco y a los 2.300 días con el tiempo cuando oprimió a Jerusalén. Sin embargo, esa obra también igualaba al cuerno con el anticristo.
Por otro lado, el notable Joaquín de Floris, a fines del siglo XII, creía que Antíoco correspondía a este cuerno anticristo. Y en el siglo XIII, en el tratado denominado De Semine Scripturarum, atribuido a un monje de Bamberg, aparece la primera interpretación cristiana de los 2.300 días como 23 siglos (partiendo del tiempo de Daniel para llegar al siglo XVI).
En 1292, el médico español Arnoldo de Villanova escribió una interpretación o comentario sobre esa obra. Claramente computaba los 2.300 años mediante el principio de día por año, contando desde Daniel hasta el segundo advenimiento, o la "tarde" del mundo:
"Cuando [Daniel] dice 'dos mil trescientos días' debe decirse que por días entendía años. Esto es claro por la explicación del ángel, cuando dice que en el fin se cumplirá la visión; con lo que da a entender con una expresión clara que en esa visión los días deben entenderse como años".
Villanova reitera lo mismo en un tratado posterior (1305). Olivi, seguidor de Joaquín de Floris, a fines del siglo XIII interpretó los 2.300 días como días literales, aplicándolos al tiempo cuando Antíoco holló a Jerusalén, o como años, desde Antíoco aproximadamente hasta el año 2000 d. C. Ubertino de Casale (n. 1259) hizo la misma aplicación en cuanto al tiempo: desde Antíoco hasta el año 2000 d. C.